lunes, 24 de septiembre de 2012

Chico feo busca chica con acné


Chico Feo patea botellas y piedras mientras camina por la calle, abstraído en sus peligrosos pensamientos: “pobre de mí, nadie me hace caso, sólo quiero platicar”; su típico y gran complejo: ser feo, una mentada de madre a la vista. No eres feo, nada más eres incómodo de ver, le decía su mejor amigo. (Sinceridad pura ¿a poco no?).
¿Por qué un feo no tiene derecho a enamorarse de la chica más bonita de la clase? ¿Por qué no puede fijar su mirada triste, desolada y anhelante de amor en una mujer bonita, pedante y creída? Usted y yo conocemos la respuesta, pero el feíto no. Él cree que es un castigo divino ser como es, cuando es un don que se le aleje del dolor que el amor de esa mala mujer sin corazón le puede causar. No lo entiende porque él sólo quiere enamorarse, alcanzar la estrella más alta del firmamento, estar con la oveja más lanuda del rebaño, la chica más coqueta del salón.
En su desesperada cabeza no cabe el porqué, no hay razones, nadie lo hace entender.
Sin embargo, un (mal) día decidió hablar con aquella güerita nalga apretada que tan loco y babeado lo traía:
— Hola
— Ay, pero qué feo estás. Te llamas ¿Tomás? No. ¡Eres hijo de Elba Esther Gordillo! Vete, vete.
Con el corazón roto en mil pedazos, Chico Feo, decidió jamás enamorarse, jamás buscar el amor, ni pretender a nadie. Pocos años pasaron y él crecía junto con su soledad y su no tan notable fealdad y vio a una sola e indefensa chica, de bonita sonrisa… ¿ella? Fea, por supuesto. Diagnóstico: acné.
Chico Feo y Chica Acné empezaron un bonito romance. Todos los admiraban por su tan peculiar valor para mostrar su amor de feos, un complemento perfecto decían algunos por que ellos lucharon, pelearon y vivieron hasta que dejaron de ser feos, por vanidad y se separaron para buscar otros feos a quienes salvar.
Chica Acné le dijo: amor, te juro que hasta hoy no me reconocí, el espejo mostró a alguien que no soy en verdad. Creo que la realidad ha cambiado, feíto de mi corazón. Es tiempo de volar a otros feos rumbos que transitar…
Y así terminaron. Continuaron con su vida: incómoda y cruel; con su soledad tan desagradablemente amada. Su hermosa misión de feos que curar. 

Sin contacto


¿Qué hacer cuando la sobredosis de emoción, pasión y seducción se escapan incontrolables por la mirada? Me ha pasado, me pasó. Déjate llevar por el mar de emociones y sentimientos encontrados en el alma. Sin culpas, ni represión.
Las miradas que cruzamos, las miradas que nos dimos, las miradas traicioneras, las miradas culpables, las miradas seductoras que me arrastran a la tuya.
¿Has hecho el amor con sólo una mirada? Lo he hecho, lo hice. Me dejé llevar por esos ojos iluminados, deslumbrantes y expresivos.
¿Qué nos pasa? Te miro y me confundo...
Entre la música sensual de nuestras almas, el movimiento cadencioso de nuestras caderas -casi imperceptible al público en general-, los encontronazos de nuestro pecho, el choque de nuestras manos, de las piernas, del aliento; hacen una conjugación extraña de tangos coloridos y bailes latinos candentes. ¿Te ha pasado?
Hice el amor mientras bailaba con tu alma, con tu mirada transparente y perfumada. Lo único que necesité fue una mirada, música acústica, una luz tenue en la oscuridad densa, un escenario, un ritmo y las dos almas.
Hice el amor con y sin ti (fue con el alma), no fue tu esencia fueron tus caricias por debajo de la mesa sin tocarme y sin imaginarme que lo hacías. Hicimos amor y seducción con la mirada.
Con una mirada risueña de pasión, sonrientes en la complicidad, en el juego. Te miro, me miras. Somos cómplices del baile pecador de miradas, de roces fortuitos de pieles y alientos en el escenario ocupado por los "Sinrostro"; en él sólo estamos tú y yo bailando, iluminados por una luz roja intensa que nos encierra en un círculo vicioso de música y movimientos corporales... espirituales.
El deseo incrementa, descontrola la mente. Se nos sale de las manos y se vuelve descarado entre las miradas inquisidoras y acusativas de los "Sinrostro”.
No quiero que pare la música de nuestras almas, quisiera que se parara el tiempo en este instante remotamente eterno; me encantaría que los demás dejaran de criticarnos por lo que hacemos con el movimiento; deseo con toda el alma que no te desprendas de mi esencia, de mi espíritu; oleré tu fragancia por un momento más para guardar el recuerdo de ti y tu calidez distante (será nuestro secreto, cómplice alarde).
Sin embargo, inevitablemente debía pasar el decir adiós, es lo más difícil que puede hacer un vagabundo de almas y mundos antiguamente melódicos como lo soy yo.
Un adiós - de nuevo- dicho con nostalgia en la mirada; esperando una tercera, una cuarta, una quinta vez de encuentros... prolongando el momento en que realmente nuestros cuerpos puedan encontrarse cara a cara así como las miradas, entristecidas, reclaman y exigen.
De nuevo, te digo "hasta luego..." -con característico tono y disimulo- mientras que los reflejos oculares expresan un deseo, se dicen un te quiero...

[Que la música vague por el Universo de los cuerpos amantes que bailan la melodía del amor furtivo y cautivo en notas dancísticas increíbles de reflejos dorados con trasfondo azucarado a mentol.
Que el deseo se haga cada vez más intenso y aventurado a medida que se prolongue más el día de encontrarnos como lo hemos soñado porque cuando suceda, seguramente, nuestros cuerpos lo harán salvajes y violentos por el desenfreno contenido por tanto tiempo de espera.
Deseo música, deseo un escenario, deseo una mirada... te deseo a ti.]

[Texto escrito en 2010 para un caballerito. Sé que te casarás en dos semanas...]

domingo, 23 de septiembre de 2012

viernes, 21 de septiembre de 2012

La abuela

Hace dos días fue el cumpleaños de la abuela, esa mujercita que de ser vigorosa cuando yo tenía cinco años, ahora es una pasita encorvada, cansada, con sus ojos serenos y cada día más profundos. Su cabello canoso, parece escarcha propia de los años y el sufrimiento que pasó.
Hace no mucho la soñé con un traje verde y su cabello castaño, color chocolate, más joven, guapa y más fuerte; la vi feliz, entusiasta. Aquel día, desperté contenta; pero con una tristeza inmensa a la vez. Me da miedo perderla físicamente... No, no me da miedo que muera, le temo a que el tío no nos avise y no pueda despedirme de ella, a eso le tengo miedo, a no poder decirle adiós. Aunque cada que la veo, le digo "adiós" con la mirada y lloro en silencio para que mamá no sepa que me duele. Prefiero hacerme la fuerte.
A veces me pregunto si lleva en el nombre la penitencia: Soledad. Soledad Aranda y su soledad. Ella y el Alzheimer que se apoderó de sus recuerdos desde hace algunos años, más de siete. Es una pena que no recuerde nada. No me recuerda a mí y eso me deprime. Algunos dicen que somos afortunados por tenerla aún con nosotros y yo creo que sí aunque me gustaría tenerla entera, con sus recuerdos.
Me parte el alma verla llorar cuando saca, de su empolvada memoria, los años en que llegó a la Ciudad de México desde San Luis Potosí. Una vez, en su viaje (porque es un viaje), me contó de su primer amor con quien tuvo un hijo: el tío Juan, un cabrón machista, y cómo su madre Constanza se lo arrebató por ser muy joven.
Algunos días me pregunto si verá el mundo igual que yo o si lo ve desde el abismo de su memoria pérdida o si con el presente intenta su memoria frágil reconstruir las ruinas de un pasado que es sombra...
¡Qué orgullosa estarías porque me gradué y soy comunicóloga/periodista!
Eres una gran mujer pues me apoyaste cuando huí de casa a los ocho años, me consolaste cuando pasaba por muchos problemas, por el divorcio de mis padres, la muerte del abuelo, la ruptura con mi padre y, de pronto, tu cadera y después el Alzheimer nos robó tu presencia, las navidades, los Años Nuevos, el bacalao, los buñuelos y los tamales verdes con comino, los platos de fruta, las idas a la primaria o al mercado. Nos arrebató tus cosas: tu jardín, tus carpetas, tus zurcidos, los tejidos, los chiflidos... ¡te quito de acá desde hace mucho tiempo!
¿Lo hiciste para escapar de la realidad de perder a tu viejo? A veces lo creo.
No reprocho que se hayan ido tus recuerdos y que de mí tengas un vago recuerdo; les reclamo a tus hijos que no hayan peleado por ti, yo no podía pues no tenía presencia legal para hacerlo.
Ahora bien, sé que en el otro mundo o en la otra vida, si es que existen, podremos vernos, encontrarnos de nuevo y te abrazaré con todas mis fuerzas; agradeceré por tener a tan buena persona en mi vida. Y ahí no perderás la memoria ni te olvidarás de mí, ahí estarán tus recuerdos intactos y ahí estaremos tú, yo y el abuelo felices con "La Campanita", con "la bodeguita", las navidades, las cenas, la sopa de fideos y todas tus maravillosas cualidades. Mientras tanto disfrutaré de tan bella presencia en esta tierra...
Y sabes algo más: te amo, viejita y ¡feliz cumpleaños!

IV

Miércoles, 18 de agosto de 19...

Querida mía:

Me pregunto ¿cómo estás?, espero que mejor que yo porque dí demasiados rodeos para escribirte esta misiva (que no sé si enviarte). Recuerdas aquella tarde en el bosque cuando preguntaste por qué me gustaban estos lugares... Estuve pensando y la verdad no tengo un argumento válido para esa afición pues es una certeza como saber que respiro porque estoy vivo o que mi corazón late por ti porque me gustas y te quiero; no tengo una razón, lo sé y punto. Aunque con una cita de Benedetti (el autor de mi obsesión en turno y cómplice de mis desvelos solitarios) te lo puede explicar de manera un tanto más gráfica:
"Por lo general el viento era suave y quizá por eso los grandes árboles no discutían, sino simplemente intercambiaban comentarios, cabeceaban con buen humor, me hacían señales de complicidad. A veces me apoyaba en algunos de los más viejos y la corteza rugosa me transmitía una comprensión casi paternal. Repasar la corteza de un árbol experimentado es como acariciar la crin de un caballo que uno monta a diario. Se establece una comunicación muy sobria (no empalagosa, como suele ser la relación con un perro insoportablemente fiel) pero lo bastante intensa como para que después uno la eche de menos cuando vuelve al trajín de la ciudad", así más o menos me siento con los parques; me dan tranquilidad, un olvido casi amnésico de todo lo que me ocurre y acontece en el caos de esta ciudad (que es mucho).
¿Sabes, no sé si notaste que dije: "me gustas" y "te quiero"? No creas que lo escribí por casualidad o para que la idea de las certezas quedaran perfectamente ejemplificadas. Lo escribí en serio: me gustas y te quiero.  Debo aclararte que ésta no era la intención cuando empecé a frecuentarte y a escribirte mi acontecer por la ciudad, más bien tu carisma, simpatía, amabilidad y fragilidad han hecho que me prenda de ti y tu esencia. Tampoco quiero alabarte en exceso porque no es la intención primera de esta carta.
Me gusta mucho tu cabello corto, luces fresca y agradable. No deseo que mal entiendas mis palabras y te alejes de mí pues me caes muy bien y si no se siente lo mismo de allá para acá, no te apures. Todo estará bien, lo garantizo. Sólo quise expresarte mis pensamientos y sentimientos atiborrados, hechos nudo en mi cabeza, hacia tu persona bella.
Debo confesarte que dedico parte del día en pensar en ti, también por las noches te dibujo en mis sueños y calmas mis pesadillas; parece que cada que cierro los ojos te veo. No te creas, cuando miro la luna, esa bella compañera mía y cómplice en esta aventura, te recuerdo y recuerdo que te encantan las lunas claras, grandes de octubre porque te parecen las más bonitas aunque las de noviembre sean igual de atractivas. Pronto llegará octubre ¿no te emociona? Será mi regreso a la ciudad y tengo ansías por verte, volveré antes de mi cumpleaños, lo prometo. Quiero celebrar contigo estos 23 otoños y espero que te encuentres junto a mí, de algún modo.
Considero que ahora será momento de dejarte asimilar cada palabra que te he escrito, ¿te agobié? Lo siento.

Sin más me despido.

Con amor, ...

Post-cita (o lo que se me olvidó decirte):
"-Ahora es distinto. Creo que estoy empezando a enamorarme.
-Ah.
-Dije que creo que estoy empezando.
- Mirá, si admitís que estás empezando es porque ya te enamoraste".

¿La cachas?