sábado, 21 de octubre de 2017

13:14, el minuto que me cambió todo

Ha pasado más de un mes desde que esta Ciudad ha dejado de parecerme segura. Un mes en el que he tratado de asimilar todo lo que pasé, viví, sentí, vi y lloré. Un mes y aún no me acostumbro a ver esta Ciudad dolida y con cambios.

El lunes antes del terremoto hablé con Rafael para entregarle un libro de lingüística (al que ya no le daba uso ni lectura ni nada), acordamos vernos en los torniquetes de metro Eje Central a la 1. Le avisé a Dianela que nos veríamos ahí para que, luego de ver a Rafa, nos fuéramos a mi casa a comer, platicar y para que conociera mi "nidito de amor".

Ese martes, como cada semana voy a mi terapia, me tocó el simulacro a las 11 en punto, estaba en Avenida Revolución, pocas oficinas salieron completas, pocos estaban bien organizados, pocos se lo tomaban en serio. El taxista me comentó: "mire... se lo toman a juego, no temblara de verdad porque estarían llorando. Usted es muy joven, pero en el 85 todo fue fatal... para todos". Seguimos platicando sobre eso. Llegué con la psicóloga y comentamos el tema, le comenté que me molesta demasiado que en los simulacros se rían y no actúen de forma eficaz y rápida.

Salí a las 12:20, me fui a Zapata para ver a Rafa y Dianela. Llegué 10 minutos antes de la hora, ella ya estaba ahí, nos saludamos con un abrazo. Platicábamos esperando que él apareciera... 1:05 y nada. Ella decidió ir al baño. Regresó. Minutos después el piso se cimbró, como si pasara un camión muy pesado, nos preguntamos qué estaba pasando.

En segundos el piso se hizo chicle. Los policías, desconcertados, acordaron que era un temblor. Gritaron que debíamos salir. Cuando eso pasó, miré a la policía, la vi directa a los ojos y vi un pánico tremendo, aún recuerdo su rostro y su mirada perdida, extraviada, hundida... me contagió esa sensación. Me desorienté. Dianela corrió a las escaleras. Salí por los torniquetes, todo se movía sin césar, vi sólo la espalda de ella corriendo sin detenerse, sólo le grité "¡Dianela!" y corrí. Mi meta era alcanzarla porque iba muy adelantada.

Cuando iba en el tercer escalón (tal vez en el cuarto) se apagaron las luces, cosas de la estación se cayeron, la estructura crujía. Mi miedo más profundo se había hecho presente: la oscuridad. Eché un vistazo hacia atrás y me aterré, tenía ganas de hacerme bolita y quedarme ahí (algo que hago cuando se va la luz en casa), pero algo me impulsó a salir, mi cabeza me decía "si no sales ahora, te vas a morir, ¡te vas a morir, correee!". Mantuve mi mirada fija en la luz, la salida de la estación, subía las escaleras y escuchaba crujir todo, pensé que algo se me caería. "Corre o te vas a morir aquí". Escalón tras escalón mi mente me repetía "sube más rápido o te vas a morir". Sí, sentí que me iba a morir, tal vez porque se conjuntaron muchos de mis miedos. Cuando terminé de subir, abracé a Dianela, estaba exhausta a punto de llorar, me calmó. Quería saber de Alonso, de mi mamá. No había señal. Creo que dije: "me preocupa mi casa, los gatos, ¡debo saber de Alonso! Me conecté a Whatsapp, tenía un mensaje de él, al menos sabía que estaba bien, hablamos por ahí, ambos estábamos preocupados.

¿Cómo vamos a tu casa? No quiero irme en metro, no así, me dijo Dianela. Podemos caminar a Gabriel Mancera y de ahí tomar un camión que nos llevé a Galerías, cerca trabaja Alonso, nos vamos todos juntos, le respondí.

Mientras caminábamos, nos dimos cuenta que nadie regresaba a sus casas. En minutos las calles se saturaron. Vimos crisis nerviosas, gente desmayada, niños comiendo bolillos (...con coca), después vimos pedazos de fachadas en las banquetas, un edificio tenía fuga de agua porque se rompió la tubería. Pude comunicarme con mi mamá una hora después: le agarró durante su clase de natación, en la alberca, estaba alterada, pero bien. Dianela estaba preocupada por su tía y su hermano, nos pudimos comunicar muy intermitentemente con ellos. En la Del Valle habían fachadas quebradas, pedazos de yeso, tabique y ventanas en el piso. Un restaurante tenía la tele encendida, ahí nos dimos cuenta de la magnitud de lo que había pasado. Dijeron que se habían caído varios edificios en la Roma y Condesa, aún no sabían de muertos ni de heridos.

Pusimos su radio, así nos enteramos de todo lo demás que pasaba. Me preocupaba mi casa, mis gatos. ¿Aún tenía casa? ¿Estarían bien los gatos? Y yo estaba tan lejos de casa... sobre Gabriel Mancera, antes de llegar a Félix Cuevas, una taxista ofrecía aventón, le dijimos que aceptábamos. La chica que iba en el asiento del copiloto soltó lagrimita porque ya quería estar con su bebé, "mira, mi casa no me importa, pero mi hijo... dios sólo quiero verlo aunque sé que está bien y con mi mamá". Se nos subieron 3 o 4 personas en el trayecto hasta llegar a Viaducto. Ahí vimos en el edificio derrumbado con el espectacular intacto. Se me salió la lágrima, la taxista se puso a llorar, todas estábamos en shock. Le dije a Dianela que tal vez podría llegar caminando hasta mi casa (por Tacuba), que debía llegar a ver a mi familia, abrazarlos, me convenció de ir a su casa, nos fuimos caminando hasta Eje Central y Eje 5, la ciudad estaba colapsada. Olía a gas. Había polvo, olía a polvo.

En su casa tomamos agua. Nos abrazamos, revisó su casa: todo bien. Fuimos a ver a Rafa y Karina a unas cuadras de su casa, nos contaron cómo la pasaron. Rafa dijo que se le había olvidado. Le agradecimos su olvido porque si nos hubiera tocado dentro el trauma sería distinto. Le entregué el libro. Comí un sándwich. Hablé con Alonso, me dijo que cómo regresaría, pensaba irme por Eje Central hasta Bellas Artes y de ahí tomar un camión hacía Toreo, pero me dijo que estaban asaltando a todos en el Eje. Tuve que repensar la ruta.

Todo estaba alterado. Tomé el camión hacia San Antonio, pero nos bajó en Cuauhtémoc, "no hay paso, hasta aquí llegó". Un chavo le preguntó por qué, pero el chofer estaba harto y le pidió que se bajara. Lo alcancé y le pregunté que para dónde iba: "al trabajo en Insurgentes, en el casino", pues vámonos. Nos fuimos juntos. Desconocía el derrumbe en Gabriel Mancera y Eje 5, ver los escombros de un lugar por el que transité todos los días en el último año me dio una sensación extraña. La agencia donde trabajaba está a una cuadra. Se me enchinó la piel. Pude definirla como la sensación de muerte, se sentía la muerte y el lugar por alguna razón se sentía frío. Mucha gente ayudando, mucha. A las 7:20 estaba en el WTC, esperaba mi camión rumbo a San Pedro de los Pinos y tosí polvo con mucosa. Me ardía el pecho y la nariz. Me costaba respirar y reconocía esa sensación: se me cerraron los bronquios.

Alonso pasó por mí a San Joaquín. Estar con él me relajó y me puse a llorar, le hablé de la sensación de muerte que se me quedó pegada en la piel. Por fin comí bien. Ver a los gatos me dio un placer que no puedo describir. Creía escuchar la alerta sísmica en todo momento. Tuve pesadillas intensas dos días seguidos, no dormí bien, no tenía apetito y me sentía muy angustiada, tuve que hablar sobre esto con Bere y me ayudó relajarme. Lloré dos días y lo saqué. Honro el hecho de estar aquí, de estar con vida, de amar la vida; agradezco que mi familia esté bien.

El 20 era cumpleaños de Alonso, ni siquiera lo celebramos. Fuimos a empacar víveres a Popotla. La Ciudad de México dejó de ser segura, ese mi hogar donde no pasaba nada más que temblores sin daños, poco a poco dejaré de sentirme vulnerable y amenazada. Aún tengo miedo de que tiemble mientras duermo, de pronto sueño fragmentos de lo que viví ese día, a veces escucho la alerta en mi cabeza, pero la mayor parte trato de vivir feliz porque sigo aquí.

Crédito: Forbes