jueves, 14 de agosto de 2014

Diario de un ex amor (Parte 4)



Sí, es muy curioso que un día estás en El Paraíso corriendo como hippie por prados de flores de colores y al siguiente ya te estás muriendo de frío en El Infierno de Dante. Así de diametralmente opuesta puede ser la vida.

Llegó el trabajo, empezó la lejanía y las palabras extrañas como “no te detengas por nadie, Yuriko, y mucho menos por mí” y otras más de ese estilo (mi mente jamás entendió como por qué chingados me iba a detener por él, ¡misterios de la vida!), pasamos de los besos a los “piquitos”, de los abrazos mientras caminábamos a sólo caminar como broders, y yo pasé de sentirme feliz a sentirme extraña y en constante cambio, un cambio que ni él ni yo comprendíamos.

Tengo la maldición de las tres semanas. Me explico: cuando entré el año pasado a trabajar, tenía novio y exactamente a las tres semanas “¡adiós, Superman, bye, bye, bye, bye!” (como la canción de Chabelo jajaja), así que este año, pasó prácticamente lo mismo. Obtuve el empleo, una semana bien, dos semanas medio bien, tres semanas “gracias por participar, suerte para la próxima”. Así es esto del tráfico de armas en Siberia… a veces se da y otras veces te da.

Por allá del 10 de mayo, me puse una muy buena guarapeta con mezcal, bebí poco más de un litro antes de acabar medio inconsciente diciendo que estaba enamorada de Andrés. Por primera vez (es increíble que haya sido ebria), le conté a mi mamá que lo quería, que estaba enamorada de él y, además, tenía un miedo terrible. Platiqué con ella, como pude, sobre mis miedos más terribles en ese tema y el pánico a que me dejaran trasquilada como la última ocasión. Mi señora madre sólo escuchó atenta, me abrazaba, calmaba y limpiaba mis lagrimotas de cocodrila mientras me iba como hilo de media y le confesaba lo inconfesable, desde mi punto de vista, claro.

Al día siguiente desperté con una cruda terrible, tanto moral como física. Mis ojos estaban hinchados de tanta lágrima dramática, el estómago me ardía cañón y me dio pena salir a desayunar. Ya en la tarde, con más calmita y a solas, mi mamá entró al cuarto y se puso a hablar conmigo, me dijo muchas cosas bien neta, una de ellas “¿qué más da aventarte? Mira, te has perdido de cosas maravillosas porque te has protegido de más durante muchos años, ¿no crees que ya es hora de salir del caparazón y arriesgarte? Quítate esos miedos porque nunca vas a vivir plenamente”, y otra vez me solté a llorar como niña, me acurrucó y me tranquilizó. Ya después a solas me puse a escribir y dije: “pos chingue su madre, ya estoy aquí y pa’tras ni pa’garrar vuelo”, mientras escuchaba a Don Chente con su “Hermoso cariño” al mismo tiempo que pedía un aplauso pa’l amorts que a mí había llegado…

Digamos que las siguientes 48 horas transcurrieron sin mayor contratiempo, sin pena ni gloria. Platicábamos a gusto, yo tenía ganas de hablar con él y decirle: “tenemos que hablar porque me he enamorado de ti y no sé qué proceda”, pero no me atrevía a escribírselo y menos por alguna red social. Decidí esperar para el viernes que nos veríamos y expresar mi sentir. En cuestiones del amor, del corazón y de decisiones, lo mejor siempre (s-i-e-m-p-r-e) es no esperar porque para mañana ya es prehistoria. 

Ahora ustedes seguro se han de estar preguntando: “bueno, pero dinos, Yuriko, ¿cómo terminaron o por qué o qué pasó?”, ahí les va. Fue por una pendejada, por un chiste pendejo (ahora que lo veo, qué hombre tan jodidamente inmaduro era). ¿Cuál chiste?

-¿Sabes en qué se parecen las mujeres a los tacones?
-No, ¿en qué?
-En que con alcohol aflojan
-Manchado, ése estuvo manchado
-¿A poco no es cierto?
-No sé…
-¡Sí sabes, sí pasa!
-Pues no sé, nunca me ha aflojado ninguna mujer alcoholizada. No sé a ti…
-Bueno, conmigo no necesitas eso, ¿cierto?
-Eres un pelado (no sabía si reír o llorar), un guarro. Yo toda linda te leo poemas y tú me dices tus guarradas. Ya me voy a comer, adiós.
(¿Verdad que encabrona que te digan eso?)

Fui a comer y medio discutimos el tema. Comí tranquila y ya no quise tocar el asunto. En la noche, por Whatsapp (benditas redes sociales, nunca se acaben *léase como sarcasmo*), como era la costumbre (pinches rutinas jodidas) empezamos a platicar. Le pregunté cómo iba con la dieta, en el trabajo y toque el tema súper escabroso de la tarde, aquí se desató el tormentón loco, fue como juntar a “El Niño”, “La Niña”, “El día después de mañana” y “Armagedon” en una sola conversación, momento y situación.

-Sabes, hace rato me molestó un poco lo que dijiste
-Pues era una broma, la neta no pensé que te fuera a molestar. Ofrezco una sincera disculpa y no volverá a pasar. Jamás he sido malintencionado ni mucho menos ojete, no volveré a hacer esas bromas. Espero haber sido claro
-También lamento si te molesté con esto
-Me molesta el hecho de que creas que te quise ofender. Me molesta que te haya molestado mi tonta broma, porque pensé que me habías agarrado la onda. Me molesta que mientras tú me lees poemas yo no sepa como contestarte más que con una guarrada. Me molesta que, francamente, creo que muchas cosas te las tomas demasiado a pecho. Me molesta que por una tontería mía, te haya hecho sentir mal. Aunque por otro lado, me da la pauta de saber cómo comportarme contigo. (Aquí empezamos a mezclar peras con manzanas y aguacates)
-¿Qué otras cosas me las he tomado a pecho?
-Insisto en que muchas veces estás a la defensiva, a veces conmigo y a veces con lo que te rodea. Perdóname, Yuriko, pero estoy enojado. No lo estoy contigo, sólo que creo que estoy acumulando demasiadas cosas que ya no soporto y tengo que aguantarme por muchas razones. Lo que le viene a dar al traste es que ofendí a alguien que no debí haberlo hecho, porque ha sido muy amable y linda conmigo. Que no lo merece y que por mi insensibilidad, que a veces aflora muy feo, hoy lo hice.
-No me gusta que creas que siempre estoy a la defensiva contigo, que por cualquier cosa que me dices, me comentas ya estoy a la defensiva o que me enojo o que te la hago de a pedo.
-No es tanto conmigo.
-¿Entonces?
-Es en general. Muchas veces siento que muchas de tus broncas tú solita te predispones para que te pasen y eso está mal
-Lamento mucho que yo y esta cuestión haya sido la gota que derramó tu vaso…

Hasta ahí acabó la cosa. No hablamos mucho el día siguiente (que era miércoles). El jueves bromeó conmigo con que se iba a Argentina dos meses y yo con cara de *n* (¿qué diablos pasaba por su cabecita?), ese mismo día fui al médico porque gracias al coraje entripado que había hecho un par de días atrás desarrollé un cuadro ligero de gastritis y colitis (también por mi borrachera con mezcal) y de nuevo tuve mi maravilloso cóctel de Pantoprazol, Bromuro de pinaverio y Trimebutina.

Llegó el viernes. Los viernes de rutina de ir al cine. Andrés quería ir primero a cenar, después, como ya había comprado los boletos, a ver Godzilla. Mi mente imaginó que durante la cena hablaríamos y que también las cosas estaban bien (o que iban a estarlo). Llegamos a un restaurante de comida china por Barranca del Muerto, pedimos un alambre mixto (delicioso, a buen precio y para compartir) y platicamos de todo menos de lo que deberíamos haber hablado: sueños, expectativas, planes a futuro, de su familia, de la mía, de libros, de nuestros trabajos y nuestros objetivos de vida. 

Terminamos de cenar y nos lanzamos al cine a ver Godzilla, la película más aburrida del año, lo más divertido fue que en la parte donde empezaba la acción se fue el sonido en la sala y todos empezamos a gritar, a hacer sonidos de metralletas, lloriqueos y los diálogos, eso fue lo más divertido; por otro lado, insufrible, aburrida, larga y me quedé dormida en algunas partes (era un presagio y no lo vi *se desgarra las vestiduras*). A él le gustó mucho la película (qué malos gustos), salió emocionado de la sala y pues yo con mi cara de “meh, not bad…” *inserte meme de Obama*.

Camino a casa, platicábamos de esto y de aquello. De todo y nada. Sentía el ambiente muy raro. Él estaba raro. Yo estaba ansiosa. Total que cuando llegamos a la puerta de mi casa, le dije “a ver, hablemos: ¿qué pasó el martes?” Y empezó a decirme un chorote que bien pudo ser catalogado como el mayor rodeo en la historia de los rodeos verbales, no le entendía nada y mucho menos cuál era el jodido punto. Divagó demasiado. Tampoco recuerdo muchísimo el orden de cómo me dijo las cosas, pero más o menos fue así (porque fue un monólogo, cuando le dabas la palabra NO se la puedes quitar, #ProtagonismoEverywhere):

“Mereces alguien que te corresponda en la misma medida en que tú te entregas, mereces recibir todo en la medida en que das. No me parece justo para ti, ni para nadie, que mis altibajos te afecten. Creo que mereces alguien que se enamore de ti y que te lea poemas, cosa que no puedo hacer; alguien que te mande mensajes por las mañanas y esté al pendiente de ti. No mereces a alguien como yo.”

Lo paré y le pedí que me explicara todo porque no lo comprendía. Y expresó que debimos hacer las cosas bien desde el principio (y ¿qué era hacer las cosas bien desde el principio?) es decir, haber sido novios desde el comienzo de todo (¡no me jodas, tú fuiste quien no quería una relación y me sales con esto!), me solté a llorar de tristeza, enojo o no sé… (sulfura, encabrona, hiere, destruye que te salgan con “que dice mi mamá que siempre sí”).

En ese momento, cuando me cedió la palabra (gracias, Andrés, fuiste generoso) ahora sí le confesé que estaba enamorada de él, que lo quería, que había sido el primer tipo al que le había cocinado en mi vida, que después de siete años había dejado entrar a alguien en mi vida y que ese “alguien” había sido él, pese a todo, pese a cualquier cosa; que le escribí poemas como hacía años (literalmente años) no lo había hecho para nadie. Total que le expresé todo.

Después, cual clásico cliché me dijo que podíamos seguir siendo amigos (#Típico) y que esperaba verme en su titulación (o sea ¿neta?, si estás consciente que yo te quiero y que no te puedo ver como compa, ¿verdad? ¿¡Verdad!?). También comentamos otras tantas cosas, para ese momento ya estábamos llorando los dos. Él “perdón”. Yo “¿es real?”.  

“Gracias por haber llegado a mi vida, Andrés. Llegaste en el momento preciso. Gracias por cada cosa, cada risa, cada beso y cada abrazo. Gracias por haber venido, eso no quitará que te quiera y que te quiero, seamos felices”.  Le escribí una nota de despedida.


Toqué su cabello. Lo miré. Sonreí con nostalgia. Él hizo lo mismo. Nos dimos el último beso. El último abrazo. Y mi último “te quiero”…

Continuará
"vos encontraste la manera
una manera tierna
y a la vez implacable
de desahuciar mi amor"

6 comentarios:

  1. Un mal chiste fue el pretexto de algo que ya venía mal ¿en qué momento?

    ResponderEliminar
  2. Te quiero pero... TE LEO MUY MUY (roedor que hace funcionar mi cabeza). Dices gracias sin sentirlo realmente, estás más enojada contigo que con él y la catarsis no termina de funcionar.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En realidad, el último entrecomillado es lo que yo le dije antes de bajar de su auto. Lo dije en ese momento.
      Y "ardilla", quizá... pero escribirlo ayuda.

      Eliminar
  3. Te soy sincera, cuando vi que publicarias tu historia desde la parte 1 pensé: Una narración más del "desastre" amoroso de una chica más que escribe, ni por morbo me picaré. ¿Por qué pensé eso? quizá por mi caracter a veces antipático e incrédulo pero heme aquí recordando que tu historia continua cada jueves y que aunque sé como termina , tu cómo es apasionado y real y no puedo evitar sentir que me identifico en partes y hay otras que puedo tomar en consideración para mi propia vida.

    Gracias por compartir tu historia Yuriko, sé que es un desahogo para ti pero también es una experiencia para nosotros como lectores.

    Seguiré leyendote el próximo Jueves.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por leer y esperar la historia.
      Creo que a todos nos ha pasado algo similar.
      Buena vibra y un abrazo.

      Eliminar