domingo, 31 de marzo de 2013

Hace tres días después de la putada del Cisne me dije: "no lo vuelvo a hacer" y ¡zas! Lo he vuelto a hacer…

[Creo que debo dejar de contar esa historia].

viernes, 29 de marzo de 2013

Solitario

Imagíname: entró al pequeño establecimiento, luz tenue, cálida. Me siento en una de las mesas del fondo; todo lo demás está ocupado por parejitas (no todas amorosas) y yo... sola. Pido un granizado de mango y me dispongo a leer, disfruto esa tranquilidad.
De pronto, entrelíneas te encuentro: te visualizo, aparece tu rostro extraño, tu voz, tu risa burlona y estridente, tus dedos redondos y tus gestos. "¡Qué terrible!", pienso. Cierro unos instantes el libro y después mis ojos. Respiro y respiro... "Aquí tienes", me dice el mesero que trae una playera (muy chingona) de Merlina Adams; agradezco.
Bebo y leo. Leo y me acuerdo. Me acuerdo de ti mientras leo. Suena el celular y eres tú. Tú. Y miro la pantalla, la contemplo unos minutos; involuntariamente sonrío. Me doy cuenta de esto: me aterra; pero te contesto. Siempre te contestaría; pero estoy sola y lo disfruto tanto como tú. Sigo leyendo y sonrío a un hombre de la mesa de al lado. Pienso: no estás, no estamos y no me importa. Estoy sola y, de algún modo, me gusta...

miércoles, 27 de marzo de 2013

Recordis

Venía en el camión, leyendo La tregua de Mario Benedetti y me topé con algo que, al igual que Martín Santomé, me sorprendió como un porrazo:

"Querido mío: hace tres semanas que llegué. Tradúcelo: tres semanas que duermo sola. ¿No te parece terrible? Tú sabes que a veces me despierto de noche y tengo absoluta necesidad de tocarte, de sentirte a mi lado. No sé qué tienes de reconfortante, pero el saberte junto a mí hace que en el semisueño me sienta bajo tu protección. Ahora tengo horribles pesadillas, pero mis pesadillas no tienen monstruos. Sólo consisten en soñar que estoy sola en la cama, sin ti. Y cuando me despierto y ahuyento la pesadilla, resulta que efectivamente estoy sola en la cama, sin ti. La única diferencia es que en el sueño no puedo llorar y, en cambio, cuando me despierto, lloro. ¿Por qué me pasa esto? Sé que estás en Montevideo, sé que te cuidas, sé que piensas en mí. ¿Verdad que piensas? Esteban y la nena están bien, aunque sabes que tía Zulma los mima demasiado. Apróntate a que, a nuestro regreso, la nena no nos deje dormir por unas cuantas noches. Por Dios, ¿cuándo vendrán esas noches? Tengo una noticia, ¿sabes? Estoy otra vez embarazada. Es horrible decírtelo y que no me beses. ¿O para ti no es tan horrible? Será varón y le pondremos Jaime. Me gustan los nombres con jota. No sé por qué, pero esta vez tengo un poco de miedo. ¿Y si me muero? Contéstame pronto diciéndome que no, que no voy a morirme. ¿Pensaste ya qué harías si yo me muero? Tú eres animoso, sabrías defenderte; además, encontrarías en seguida otra mujer, ya estoy espantosamente celosa de ella. ¿Viste qué neurasténica estoy? Es que me hace mucho mal no tenerte aquí o que no me tengas allí, es lo mismo. No te rías; siempre te ríes de todo, aun cuando no se trate de nada gracioso. No te rías, no seas malo. Escríbeme diciendo que no voy a morirme. Ni siquiera como alma en pena podría dejar de extrañarte. Ah, antes que me olvide: háblale por teléfono a Maruja para hacerle acordar de que el 22 de septiembre es el cumpleaños de Dora. Que la salude por mí y por ella. ¿La casa está muy sucia? ¿Fue a limpiar la muchacha que me recomendó Celia? Cuidado con mirarla demasiado, ¿eh? Tía Zulma está feliz de tener aquí a los nenes. Y tío Eduardo no te digo nada... Los dos me hacen grandes cuentos de ti, cuando tenías diez años y venías a pasar aquí tus vacaciones. Parece que te hiciste famoso con tus respuestas para todo. Un muchacho bárbaro, dice tío Eduardo. Yo creo que sigues siendo un muchacho bárbaro, aún cuando llegas cansado de la oficina y tienes en los ojos un poco de resentimiento, y me tratas con ligereza, a veces con rabia. Pero de noche lo pasamos bien, ¿no es cierto? Hace tres días que está lloviendo. Yo me siento junto al balcón de la sala y miro la calle. Pero por la calle no pasa ni un alma. Cuando los nenes están durmiendo, voy al escritorio de tío Eduardo y me entretengo con el Diccionario Hispanoamericano. ¿Será niño o niña? Si fuera niña, puedes elegir el nombre, siempre y cuando no sea Leonor. Pero no. Va a ser varón y se llamará Jaime, y tendrá una cara larga como la tuya y será muy feo y tendrá éxito con las mujeres. Mira, me gustan los hijos, los quiero mucho, pero lo que más me gusta es que sean hijos tuyos. Ahora llueve frenéticamente sobre los adoquines. Voy a hacer el solitario de los cincos montones, el que me enseñó Dora, ¿te acuerdas? Si me sale, es que no voy a morir de parto. Te quiere, te quiere, te quiere, tu Isabel.
P.D.: ¡Salió el solitario! ¡Hurra!
(...) Es más que seguro que si ahora apareciese Isabel, la misma Isabel de 1935 que escribió su carta desde Tacuarembó, una Isabel de pelo negro, de ojos buscadores, de caderas tangibles, de piernas perfectas, es más que seguro que yo diría: 'Qué lástima' y me iría a buscar a Avellaneda".

Leer esa carta, me hizo recordar cómo te escribía y a veces no me entendías o confundías el sentido de lo escrito. Sentía de algún modo que eso te lo habría escrito yo. Qué tiempos aquellos cuando planeamos nuestro futuro: el nombre de nuestros hijos, administrar los tiempos con la carrera, pensar en todas las posibilidades, nuestros reencuentros y un largo etcétera que se deshizo y no se cumplió. Lo más terrible es que, a diferencia de Santomé, si aparecieras como el tú de antes, seguro me enamoraría de nuevo de ti... lo que me abrumo fue: y tu tú de ahora ¿también? No me respondí porque podría responder que sí (y a eso le temo).

[Recordar: del latín 'recordis'. Volver a pasar por el corazón.]

martes, 26 de marzo de 2013

Cambio

Me miro en el cristal del metro y me veo diferente, luzco diferente.
No sé qué ha cambiado; de menos me doy cuenta que tengo el cabello largo, unas ojeras marcadas y mis cachetes han bajado; pero por dentro hay algo más… lo sospecho.