viernes, 29 de marzo de 2013

Solitario

Imagíname: entró al pequeño establecimiento, luz tenue, cálida. Me siento en una de las mesas del fondo; todo lo demás está ocupado por parejitas (no todas amorosas) y yo... sola. Pido un granizado de mango y me dispongo a leer, disfruto esa tranquilidad.
De pronto, entrelíneas te encuentro: te visualizo, aparece tu rostro extraño, tu voz, tu risa burlona y estridente, tus dedos redondos y tus gestos. "¡Qué terrible!", pienso. Cierro unos instantes el libro y después mis ojos. Respiro y respiro... "Aquí tienes", me dice el mesero que trae una playera (muy chingona) de Merlina Adams; agradezco.
Bebo y leo. Leo y me acuerdo. Me acuerdo de ti mientras leo. Suena el celular y eres tú. Tú. Y miro la pantalla, la contemplo unos minutos; involuntariamente sonrío. Me doy cuenta de esto: me aterra; pero te contesto. Siempre te contestaría; pero estoy sola y lo disfruto tanto como tú. Sigo leyendo y sonrío a un hombre de la mesa de al lado. Pienso: no estás, no estamos y no me importa. Estoy sola y, de algún modo, me gusta...

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