jueves, 7 de agosto de 2014

Diario de un ex amor (Parte 3)


Púchenle a la canción 


-Yo creo que independientemente de todo nos llevamos muy bien.
-Sí, creo que si no hubiera “esto” de por medio, seríamos buenos compas.
-Por eso… te dije que si no nos gustáramos seguramente seríamos amigos y sería casi lo mismo que ahora, pero sin… tú entiendes.
-Claro... fue lo que te dije.


Y así inicia todo: ya estás en el ruedo. Ya te dieron la primera estocada. Ya te dijeron que “sí, pero no”. Ya sabes que no debes, que no puedes, pero ahí vas. Te vale una pura y dos con sal. Ya no puedes echarte para atrás, aunque quieras no lo deseas.

Soy la clásica chica que en cuanto siente algo, huye. Me voy en serio. Corro lejos, muy lejos y no digo adiós. Sólo me voy, pero esta vez quise vivirlo. Volver a sentir lo que era tener la complicidad con alguien, crear momentos, tolerancia, paciencia, escribir una historia pues (nunca imaginé que sería tan literal jaja). Todo se convirtió semanas más tarde en una especie de relación, pero sin título de propiedad.

Por allá de marzo nos apoyamos mucho: a él lo hicieron enojar horriblemente en su trabajo, le cambiaron de horario y sus días de descanso mientras que a mí me despidieron, él se enfermó de los riñones, yo me iba quedando poco a poco sin dinero y sin entrevistas de trabajo. Estábamos en crisis, pero, curiosamente, nos encontrábamos más felices con lo que había, nos veíamos más.

Los sábados iba por él al trabajo, después íbamos al cine, a comer o a pasear por algún lugar de la Ciudad. Los viernes íbamos a cenar, algunos jueves nos lanzábamos al cine, ya habíamos tomado una rutina (las rutinas siempre joden, por eso no voy al gimnasio…) y no me parecía tampoco tan malo cómo iba resultando todo.

Un día se me ocurrió darle una sorpresa: fuimos al Desierto de los Leones, ahí ven a Yuriko cargando su mochila con una botella de vino tinto, una lata de frutas en almíbar, mantel, servilletas, vasos, cubiertos, bolsas para la basura y un refractario con una lasaña (¡Luna, no me odies, por faaavor!) para tener un bonito picnic rodeados de naturaleza, escuchando los patos, el viento moviendo las copas de los árboles, desintoxicándonos del estrés y el ajetreo citadino. Éramos sólo él y yo. Me dijo que ya me lo había ganado pues estaba deliciosa (y la verdad me quedó bien chingona) y había sido un gran detalle hacer el picnic. Ir tan lejos, valió la pena. ¿Ustedes saben cómo me sentí? ¡Pos como pavorreal! (después les comparto mi receta secreta de lasaña o los invito a comer en casa).

Una semana después fuimos a la Cineteca y nos quedamos echados en el Foro al aire libre, tirados en un petate (nada más romántico que te coman los mosquitos junto a tu quiubolesqué, verdádedios) y comiendo pay de limón (no me odies más *se tapa la cara de vergüenza*) que le preparé un par de días antes. Él, por su parte, me regaló un llavero de matrushka que trajo de su viaje a Rusia, quienes no sepan: estudiaba ruso en mis épocas de estudiante de la UNAM (¡qué tiempos aquellos, carajo!) y, de hecho, a veces así nos escribíamos mensajes “cifrados” en alfabeto cirílico (les digo: ¡par de ñoños!). Ya estábamos sentados en el petate y me pidió que cerrara los ojos y mis llaves (puse cara de o_Ô), cuando me las devolvió sentí mi corazón saltar de alegría en un campo de margaritas y expresó: “viajó desde muy lejos, te esperaba a ti, cuídala mucho”.

Ese día platicamos de cómo nos sentíamos al respecto de la “relación” que teníamos, lo que no nos gustaba y demás. Ambos pensamos que nos equilibrábamos: él muy de dar rodeos, yo de grandes impulsos. Me contó que su hermana le preguntaba por mí (¿cómo? ¿Su hermana sabía de mi existencia? OMFG) y cómo íbamos, que su mamá también le cuestionaba casi lo mismo (ya sospechaba que su mamá sabía de mí porque un día escuché que le preguntó “¿ya llegaste con Yuriko? Oh, por dios, sabe mi nombre *infarto*). Yo le conté de los míos y que los mantenía muy al margen de mi vida amorosa.

No se lo dije, pero ese día fue uno de los más felices que viví con él. Vi en él cuatro tipos de sonrisas distintas y en sus ojos un destello que me dije “ya te enamoraste, corazón” (oficialmente, pues). Ya habíamos hecho diversos planes. Simplemente: lo quería (¡qué feo expresar el cariño en pasado!).

Me alentaba en la búsqueda de empleo. Me daba ánimos. Me daba besos y abrazos que reparaban la ansiedad y la desesperanza. Logró que hiciera las paces con dios. Derribó mis muros, mis barreras, mis miedos. Calmó la desesperante velocidad de mi mente, frenó mis revoluciones. Le conté mis grandes temores, mis traumas, mis sueños *se limpia los mocos, snif*. Amaba sus manos, su cabello, su sonrisa y sus bigotes maltrechos. Aprendí a convivir con él y a tolerar sus defectos, su intensidad y dramatismo (porque, en verdad, él es mucho más dramático que yo y eso es muuuucho decir). Supe darle el espacio y hacerlo reír. Era sencillo hacerlo reír y yo estaba sumamente feliz y enamorada (hasta el quequé).

También habíamos planeado irnos un fin de semana de vacaciones a alguna playa o a un pueblo mágico. Ya sabía que él estaría enclaustrado en su redacción por el Mundial y entonces me hice a la idea que no lo vería durante un mes entero, lo cual, fue tomado con sabiduría por su servilleta y creí que podría sobrevivir, así que quería pasar tiempo con él. Queríamos ir a Six flags también, teníamos ya planes, ¡planes! (¿quién hace planes con su “no-quiero-nada”?), platillos, queríamos cenar románticamente y vernos guapos especialmente para nosotros.

Pero bueeeno… llegó el empleo. Llegó la hora de tener chamba. Llegó el momento de acoplarnos en horarios para vernos. Llegó el instante de entender que todo por servir se acaba y que con la llegada del trabajo se marcaba el principio del fin de esta historia. Es la maldición de las tres semanas (en la siguiente parte lo explico).


Dicen que “recordar es volver a vivir” y sí, ésta ha sido la parte más difícil, me costó lágrimas, mocos y una crisis, es recordar cada beso, cada caricia, cada promesa, cada plan, cada sonrisa, cada risa, cada puto momento, cada plática, todos los poemas que le leí, otros poemas que le escribí. Revivir las palabras que me dijo en el “adiós”. Recordar es volver a pasar por el corazón, un corazón que fue herido, abandonado a mitad del bosque sin más ni más, que vio cerrarse la posibilidad de un brutal portazo… 

**** 
El llaverito que me regaló, aún la conservo, pero en el baúl de los recuerdos.

El famoso pay de limón. 
Vino tinto pa' la lasaña. (Muy rico, por cierto). 

Él era el deprador supremo, ¡dormilón jajaja! 

Y también nos reíamos con las tiras de Betinorama :)

Creo que soy una acumuladora D:


5 comentarios:

  1. "Viaje a una onda herida en tres textos" es impresionante lo que me transmitiste con tus palabras, logré sentir la nostalgia, la tristeza, el enojo y la frustración que una situación así causa. No sé como hay gente... bueno,habemos, los que le tenemos pánico a sentir un sentimiento tan grande y nos saboteamos para no dejarnos caer. En el fondo somos gente que sentimos demasiado y le tememos precisamente a lo que tú tan hábilmente nos acabas de describir.
    Aunque tratemos de huir de ello, termina por alcanzarnos el dolor, de hablar de cariño en pasado.

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  2. la verdad esta muy bonito lo que escribes y espero con ancias tu diario parte 4, aunque sea doloroso lo que recordamos, siempre hubo algo bueno de lo que nos ha pasado y sobreto la experiencia y el aprendizaje que te deja lo vivido :)

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  3. Siempre es bueno leerte... Me sacas una sonrisa a pesar de que lo que escribes a ti te saque lagrimas y mocos.

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  4. Pretexto lo del gimnasio y ahora me debes una cosa (mil cosas) más a la lista. Jajaja y eso de más dramas que tú pues se dicen quitáte q ahí voy. Recordar también ayuda a sanar.

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  5. Frustración, lágrimas, recuerdos, coraje, más lágrimas y esa canción. OMG! No puedo, tuve un deja vu :´(
    Espero a que llegue la 4ta parte, ya por favor!

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