¡Mierda! (¿Creías que
iba a empezar con el “erase una vez”? ¡Típico! …además, aburrido) De nuevo esta
maldita sensación de vacío. Vacío y desprecio hacia esos rostros. Míralos… tan
indiferentes, me parecen todos iguales. Son autómatas, sí, eso son. Camino
intentando encontrar un poco de color en sus ojos, en sus labios… ¡ah, creo que
no tienen alma! “Taquilla”. Ahí están las autómatas por excelencia, sí, sí,
ésas que te venden los boletos del metro y ni te dicen: “gracias” mucho menos
responderte un saludo amable o una simple sonrisa. No te hagas ilusiones.
Ay, de ilusiones ni hablemos.
Ésas me tienen el corazón roto, los ojos hinchados y la cabeza caótica de
pensamientos. Todo es revoltijo en mi interior por creer en los amores y sólo
tener desilusiones. ¿Qué la culpa es del amor? Lo dudo (y mucho), a ese bato no
le guardo rencor, a fin de cuentas, juegan en su nombre, apuestan en su honor y
huyen por temor o por otro amor. Bah, da igual ¿sabes?
Pobre Cupido siempre
le echan la culpa de las tonterías que se hacen, dizque, en nombre del amor. El
amor: algo tan complejo como las palabras porque cuando te digo “estoy rota” es
porque estoy rota ni despostillada ni quebrada; R-O-T-A. Creo que de chiquita
me caí de cabeza hartas veces, así que no me culpes, por favor ¿vale? Y es que
mi rotez parece de genética; yo digo que más bien venía incluida en el paquete
del crecimiento y la madurez. ¡Qué cabrones! Yo jamás pedí crecer, era re
cómodo ser escuincle, me cae. O de menos ponerle una etiqueta: “marca ACMÉ”
(porque si algo aprendí del coyote es que esta marca era un fiasco, como él,
claro) o “frágil. Manéjese con cuidado” o “bajo su propio riesgo” o, muchísimo
mejor aun, “veneno: puede causar vómito, diarrea, angustias, penas, tristezas
el crecer”.
Aunque ¿sabes? Tampoco
le escupo la cara a Crecer porque ha sido bien divertido, un amante extraño.
Sí, sí he tropezado, la he cagado en más de una vez, he huido, he llorado, pero
¡ah, cómo lo he gozado! Es como la piruja favorita: sabes que es de todos y;
sin embargo, la gozas como nadie. Es que esta vida es como el tequila: el
primero, raspa; los demás, poco a poco, se van como agua. Y aún sigo pensando
que esos idiotas son unos autómatas, que el amor está libre de culpas, que
estoy rota y que el crecer lo he hecho mi puta favorita. ¿Que si me disculpo?
Lo dudo, pero, por si las moscas… ¡jamás exigiré sus disculpas!
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