miércoles, 31 de agosto de 2016

Me acordé del abuelo...

Es muy curioso cómo funciona la mente. Estaba pensando en que los papás de Alonso se quedarán el viernes y de ahí salté a las anécdotas que me cuentan él y su mamá sobre los paseos con su abuelo, quien se los llevaba a caminando a Chapultepec, por las vías del tren "a ver morir el sol" o al cine, pero siempre caminando.

De ahí recordé los paseos con mi abuelo y esas risas sin tapujos que siempre me sacaba cuando llegábamos a los juegos. Él era mi incansable (aunque sí se cansaba) compañero de juegos, aventuras y cómplice en esas caminatas. Supongo también yo era su compañera y su cómplice, también reía y era bonito ver cómo se le iluminaba la mirada a través de los anteojos y apoyaba cada una de mis locuras infantiles.

Mi memoria saltó a los bailes en Navidad o Año Nuevo, a las luchitas, a cuando íbamos de compras a la Comer de La Viga por "las galletas" de las perras y de ahí a recordar el pelaje calientito de Campanita, sus chillidos cada que él regresaba a la casa luego de vender sus chácharas en el tianguis de los domingos.

Los abrazos invadieron mi mente. Sí, él me abrazaba mucho y yo nunca me hubiera cansado de hacerlo. Recuerdo su último gran, profundo y silencioso abrazo o su última confidencia:



"Soñé con mi mamá, me llamaba. Me dijo que ya mero venía por mí", no se lo dijo a nadie, pero él presentía su muerte y, estoy segura, lo aceptó con resignación, sin embargo pese a saberlo nunca arregló nada de sus propiedades o su testamento. Supongo que creyó todo se arreglaría por bondad y buena onda de sus primeros hijos y mis tíos, no fue así.

Me acuerdo de su último abrazo en el sillón amarillo de piel sintética, sentada en sus piernas frente a la televisión transmitían el último capítulo de El privilegio de amar, estaban cantando el tema de la novela Lucerito y Mijares cuando mi abuelo me abrazó tan fuerte, tan silenciosamente que sólo atiné a decirle "¿qué te pasa?" y no me dijo nada, siguió con su abrazo. Mi cuerpo lo supo, pero no lo comprendí hasta muchos años después, fue su despedida. Triste y silenciosa para mí.

Al día siguiente, sábado, cuando añadieron el 5 a la marcación, mis primos y yo llamamos a mis abuelos para estrenar la nueva numeración telefónica, creo que él contestó, hablamos con los dos, él dijo que nos esperaba a comer en la tarde, pero no llegó. Falleció atropellado por un camión cerca de la Pepsi de La Viga, traía melones como postre...

A veces lo extraño y me hace falta.

Vaya que es curiosa la memoria, ¿no?

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