lunes, 27 de octubre de 2014

Amo a mis cuervos



Hace dos años llegaron. Y no se fueron. Más bien, decidí que llegaran y he decidido que no se vayan.

Hoy hace exactamente dos años que me animé a tatuarme, que quise llevar mi tótem marcado en la pantorrilla, pero ese tatuaje tiene muchísima más historia: son mis abuelos.
Cuando aún tomaba clases, o sea mi recursamiento de Diseño Editorial, ya tenía la idea de hacerme algo referente a mi nombre y un cuervo aunque no me convencía del todo.

Tras varios meses, me topé con una página que contaba la historia de los cuervos de Odín: Hugin y Munin alzaban el vuelo por las mañanas y regresaban por al anochecer para contarle todo lo que habían visto al padre de todo; sin embargo éste temía que se perdiera Hugin (el pensamiento) en los largos recorridos, pero más temía por Munin (la memoria), quien le era más preciado.

Este mito refleja el temor de los ancianos a perder y perderse en sus recuerdos, es decir a perder lo que han aprendido y, sobre todo, perder la memoria porque con ella se pierde todo.

Entonces cuando lo leí, llegó la iluminación (de esas veces, rete escasas) y me dije "quiero tenerlos en mi piel". Como escribí hace unas líneas, estos cuervos representan a mis abuelos, Quique, era un hombre que a pesar de no terminar ni siquiera el segundo año de primaria, le gustaba leer, saber del mundo, de la política y recuerdo que leía mucho de historia, por ello, siempre me compartía anécdotas sobre situaciones que ocurrieron de la Revolución o sobre las elecciones. Además tenía un libro de historia de esos viejitos que tenían en la portada a la Patria (tan guapa ella) que ¡ah, cómo me gustaba ese libro! Él tenía fe en que México sería un lugar mejor y quería llegar a los 2000 para ver si eran cierto esos mitos de que llegaríamos a una nueva era, onda Los Supersónicos, pero no llegó: murió el sábado en que se agregó el 5 a las marcaciones locales y se hizo famoso "el que llama, paga". Creo que ésa fue una de las veces en que supe, exactamente, cuándo se me rompió el corazón y en cuántos pedazos.

Por otro lado, Chole, fue una mujer sonriente, siempre atenta y radiante, que cuidaba sus plantas, sus animales; siempre tenía algo rico que cocinar y una canción que cantar o silbar. Ella me enseñó a rezar, a poner la ofrenda para nuestros muertos, a entender las Navidades y a bailar en los Años Nuevos. Ella nos unía a todos, era el pegamento de la familia. ¡Fueron buenos tiempos! Pero cuando mi abuelo murió todo se fue al traste, Chole al poco tiempo se cayó, se rompió la cadera y no pudo caminar por un año aunque con terapias lo volvió a hacer. Después vino el Alzheimer y la atacó poco a poco, silenciosamente para perder gran parte de sus recuerdos...

Y así es como ellos se convirtieron en Hugin y Munin. Él es el pensamiento y ella es la memoria. Y quise traerlos siempre, juntitos, volando y, también, para que me acompañen. Siempre.

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