sábado, 1 de marzo de 2014

Lucero de medianoche

¿Has notado que el cielo de media noche es el más bonito?
No me preguntes porque llegué a esa conclusión, sólo sé que esta verdad salió de ver tu piel bañada en su escasa luz, bronceada con el agua plateada de las sombras y el aire frío de las estrellas.
Y tus ojos... tus ojos parecían dos astros: enormes, radiantes, auténticos. Magníficos. Mi simpleza de ser humano reflejada en tu excelsa mirada de niña plateada; inocente. En tus ojos nació el mundo, el amanecer, la noche y, ahí mismo, nacen mis deseos, mis besos que mueren en tu piel, mis caricias. En tus ojos mueren mis ojos cada día, cada anochecer y renacen con la mañana.
Tu piel... ¡ah, tu piel casi mortecina! Ésa que busca el calor sutil de mis manos en tu cuerpo pálido, amada mía. ¿Cómo puedo rehusarme a tal tarea si amo, adoro, cada rincón de tu ser, de tu alma?
Tus cabellos de bronce sedoso llenos de mar de cielo.
Tu piel bañada en leche de luna llena.
Tus manos y pies humectados en crema de estrellas.
Tus ojos colmados de inmensidad nocturna, de infinidad de cielo.
Tus labios rosas parecen tomar vida como las nubes nocturnas y frías en mis madrugadas en vela. Tu cuerpo es un hechizo de amor puro, celeste, noctámbulo.
¡Cómo no podría quererte, mi pequeña niña al grado de amarte más allá del cielo, el mar, la muerte y la vida! En ti, conjugo la muerte del día y la seducción de la noche. Lo caótico de la vida, lo apacible de la muerte. El ruido, el sonido; la dicha, la calma, el silencio. Tu cama...
¡Cómo no amarte si eres el más bello lucero en el cielo! Eres mi lucero de media noche.

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