viernes, 20 de marzo de 2015

A quien corresponda

Sabes... ha sido complicado darle vueltas y vueltas durante días que se fueron convirtiendo en semanas y así hasta llegar al mes en el que tuve tiempo para pensar cada palabra para explicarte mis sentires más profundos, ésos que nunca te dije ni mucho menos te pude escribir.

Siempre he tenido miedos profundos, arraigados en lo más hondo de mi inconsciente por eso huyo ante situaciones que, potencialmente, podrían hacerme feliz, pero no las quiero. O sí las quiero mas no de forma consciente.

Me diste miedo con tu sonrisa perfecta, con tu voz rasposa y agradable a mi oído habituado a The Creedence. Con tu porte seguro, tu cabello azabache y ondulado. Quizá fueron tus manos suaves que me hacían temblar con cada roce o las mariposas que hacías sobrevolar en mi abdomen cada que me besabas. Tal vez fueron tus ojos transparentes que te delataban, la plática inteligente y retadora con que me cautivabas o las risas francas que cada noche en la cama me obsequiabas.

Fueron las películas perfectas que siempre veíamos en la Cineteca o las horas tirados en el pasto de la Facultad. Me diste miedo y por eso huí. Así como tú huiste al final, un final que no me esperaba, inesperado como tu llegada.

Desprovista me encontraste y así fue la misma forma en que me dejaste. No te culpo, yo tenía miedo profundo, enraizado, inagotable a que me fueras a dejar como me dejó mi padre o que murieras como el abuelo. Esos miedos increíbles que son ciertos.

Son mosaicos los que ahora veo. Caleidoscopios de 17 años. Prisión de temores. Sinsabores de angustia. Calabozo de frío, lágrimas y estrés. Temor a la pérdida, a las salidas. A las llegadas. A las huidas.

No te culpo cuando dijiste "me voy a Cancún, chaú" o "en estos momentos me encuentro en Uruguay" o "la estoy pasando muy bien en Cuernavaca", era natural y de esperarse saber que ya me olvidabas o quizá nunca me hice suficiente para que me recordaras.

No te culpo cuando me enteré que salías con tres chicas más o cuando supe que te habías casado ni mucho menos cuando soltaste "tengo dos hijos", era natural y de esperarse que ibas a ser así de cruel conmigo.

No te culpo por haberme llamado en la madrugada desde el aeropuerto sólo para decirme que me querías y que luego desaparecieras de mi vida, ni por haberme hecho creer que podría funcionar esta relación pese a la diferencia abismal de edad entre tú y yo. No te culpo y te perdono.

Te perdono por haberme hecho llorar por tantos años porque decías -prometías- que ibas a quedarte esta vez, sólo esta vez, conmigo, para siempre, abrazados y jamás apareciste. Te perdono el involucrarme en tu vida pese a que querías sacarme de ella a como diera lugar. Te perdono las heridas por presumirme a tu nueva chica.

Puedo perdonarte las miradas despectivas y las mil veces que sentía cómo me dabas la espalda cuando más te necesitaba. ¿Cuántas veces no me hiciste llorar con esta soledad compartida?, ¿cuántas veces tuve que hacerme la fuerte para evitar tus burlas?

Me perdono las salidas inconclusas, los planes estropeados, los viajes indefinidos, los puntos sin final, las heridas, las palabras, los cuentos, las cartas, los desvelos, las caricias, los gritos, los reproches, las víctimas, los celos. Me perdono por haberte querido más de lo que esperabas, por cocinarte una lasaña, por darte lo mejor que había en mí, por mostrarte lo peor que tengo.

Me perdono los enojos y también las alegrías. No haber ido a Six Flags, Tepoztlán ni a Argentina. No conocer Querétaro juntos ni haberte presentado a mi familia. Me perdono no haber sido honesta contigo, por engañarte cuando más te amaba, por besarte hasta que me dolían los labios. Comida con amor para el alma y me perdono sobretodo que dejarte entrar en mi vida cuando sabía que nunca me querrías.

Nunca lo has sabido ni lo sabrás. Esto nunca te lo enviaré ni a México, ni a Cancún, ni a Uruguay, ni a Alemania, ni a Francia ni a Xochimilco o Ecatepec, sólo sé que esto que te escribo es para ti. Para ti aunque nunca lo vayas a leer.

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