lunes, 5 de enero de 2015

Una historia de día de Reyes

Hace muchos años, en un día como éste mi mamá me llevó a la feria en Iztapalapa. No sé si aún la sigan haciendo, pero para mí era bien chido andar del tingo al tango porque no pasábamos mucho tiempo juntas pues fue madre soltera  durante muchos años y debía trabajar. Así que le dieron el día y  aprovechamos para disfrutar el día juntas.

No recuerdo bien qué me habían traído los "Reyes", pero me trepé a las tacitas, a la licuadora donde me encontré a un ex compañerito de la primaria (que me agarró la pierna), jugué en las canicas y en otros juegos de destreza así que me gané varios juguetes y unas seis pelotas. ¡Bien chingona yo!

De regreso, en la noche, cuando nos subimos al Metro un niñito de unos cinco o seis años, se tiró al piso para limpiarle los zapatos a mi mamá: ella le tocó la cabeza y pidió que se levantara. El niño obedeció y mi mamá le dijo que no anduviera haciendo eso. El niño nomás se le quedó viendo a las pelotas que llevaba y no les quitaba el ojo.

Entonces.

Madre le preguntó si quería una. Él respondió que sí con una sonrisa grande, enorme, sincera, radiante. Acepté y le dimos una pelota.

Al tomarla, él la abrazó fuerte y se le iluminó el rostro, la botó una dos tres veces; volvió a abrazarla, la olió, la tocó completa; la botó de nuevo una dos tres veces; nos miró, sonrió, se salió del vagón y se sentó a botarla un rato.

Al avanzar el Metro lo perdimos. Pero cada año lo recordamos...


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