Entras y el lugar luce como una tintorería, hay camisas
colgadas al fondo y en la pared al lado de las computadoras. Las camisas,
sacos, abrigos, corbatas y pantalones ocupan el 70 por ciento del espacio de,
tal vez, poco menos de 5 metros de largo y 3 de ancho, el restante es ocupado
por apenas tres máquinas de monitor grande y viejo, con gabinetes de CPU un
tanto destartalados. Cada una está separada por divisiones blancas de madera
que te dan cierta privacidad para hacer lo tuyo. Huele a vapor, plástico y otro
olor que no puedes identificar. Hace un poco de calor, pero es soportable,
viniendo del frío de la calle, te parece cálido el lugar. Quien te atiende es
un señor de cabello negro y grasoso, piel morena, de rostro maltratado por el
acné y unas gafas de pasta grandes y opacas, desde su silla tubular y negra te
dice qué máquina tomar, la señala y a dos pasos ya estás ahí: en tu silla alta
y tu monitor blanco amarillento por el tiempo. A la izquierda está un señor de
traje color azul marino y camisa amarilla, apresurado:
- Tienes una pluma y una hoja que me regales –te pregunta.
- Claro –se la ofreces.
- Muchas gracias, soy una persona bastante olvidadiza y
estoy buscando empleo… ¿usted trabaja o estudia? –sueltas una risa ligera.
- No, ya trabajo. Hace un par de años salí de la Universidad
y me dedico a mi carrera.
- Pero… -hace una pausa sorprendido- si se ve muy jovencito.
Sus padres deben estar orgullosos de usted… los jóvenes deben ser quienes
saquen de la mierda al país –finaliza y escribe algo en el papel.
- Muchas gracias –continúas con tu labor.
El precio por hora es de 10 pesos, la media hora está en 7
pesos y si quieres usar la diadema para hacer videollamadas te la alquilan en
otros 10 pesos. Las impresiones a blanco y negro están en un peso con cincuenta
centavos. Piensas que los precios son un abuso para tan lento internet y
servicio tan deficiente, pero sigues ahí por la necesidad. Si quieres imprimir
a color, depende la saturación de la tinta y te especifican que puede ir de 20
a 50 pesos por hoja. ¡Un completo abuso y estafa! La velocidad del internet no
es rápida y la computadora se traba a cada rato porque faltan actualizaciones y
un complemento Shockwave para acelerar la navegación.
Al desocupar la máquina, te das cuenta que el señor no está
en su silla y no lo ves por ningún rincón del diminuto lugar. El señor de traje
luce demasiado concentrado para molestarlo, así que esperas sentado en tu lugar
a que regrese quien te pueda cobrar tu estancia ahí. Después de unos minutos,
el mismo señor de cabello grasoso abre la puerta corrediza de cristal,
apresurado, se sienta. Se disculpa y te explica que fue a platicar con el
tendero de al lado, quien le contó que, otra vez, faltará el agua hoy y mañana
por lo que tendrá que apartar cubetas y cubetas para que pueda trabajar y
agrega que es muy difícil poder hacer algo en esas condiciones, las ventas
bajan y por eso optó por poner unas computadoras en el pequeño local. No le
quedó de otra, dice. También que cree que las cosas se pondrán peor con las
marchas, los desaparecidos, las ejecuciones y los feminicidios. Le entregas el
billete de 20 pesos, te regresa dos monedas de 5 pesos. Agradeces y te vas. Al
salir te da la sensación de que algo te ha escupido de nuevo al mundo y al
frío, como que te han devuelto a la realidad.
*Texto in situ para el Taller de periodismo narrativo
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