lunes, 22 de octubre de 2018

Mazatlán

Hace dos semanas estaba en la playa, sin padecer el frío de la ciudad, despertando con el sonido de las olas del mar rompiendo en la arena, descansando todo el cansancio acumulado y la tensión que guardé durante cuatro meses. La tristeza se fue. La desesperación se me curó en el agua salada.

Mis ojos se maravillaban diario al mirar, hipnotizada, las olas romper. Las olas bravas, oleaje fuerte del mar del Pacífico, sonido que arrullaba mi mente, la calmaba. 

Mazatlán fue un lugar sanador donde encontré sanación, las distancias cortas, su comida, la belleza, la gente y la cerveza al por mayor, por doquier para quitarse la sed. Amé el aguachile, el atún y los camarones más ricos que he probado en la vida. Rompí la dieta, y es que fue inevitable no hacerlo, no pensar en si eso tenía mucha grasa o no, que si los carbohidratos, que si las proteínas, que si las porciones... ya tendría tiempo para pensar en eso. Rompí la dieta y lo hice bien. Comí delicioso y no me puse restricciones (bueno, la única fue comer hasta estar satisfecha). Caminé mucho por el malecón, por las calles de la Zona Dorada, por el Centro, por el mercado, por sus calles bañadas por el sol y sus vendedores de tours al por mayor. 

Disfruté estar ahí. Alonso y yo nos agradecimos por todo: por la vida, la salud, los planes, las alegrías, estar juntos, ser una pareja, por formar esta pequeña familia gatuna, por superar las tristezas y por ser fuertes. Le dimos gracias a dios, a la vida, por seguir aquí, disfrutando, disfrutándonos a cada momento y cada cosa. Apreciamos ser buenos compañeros de viaje y disfrutar, amar la comida a cada lado que vamos.

Me quemé las plantas de los pies con la arena, me bronceé lo suficiente, me picaron mosquitos al por mayor, nunca falta el golpe, moretón, de cada viaje (mi torpeza no perdona), me traje un kilo de más y, como siempre, mi cabello fue un relajo, pero por primera vez en la vida, me hice dos trenzas desde arriba, aunque me terminaron doliendo los hombros (*inserte risa socarrona*). 

Sin duda, Mazatlán fue maravilloso y lo disfruté con el alma y el corazón. 

Foto: Yoko Be

martes, 16 de octubre de 2018

Renuncié

Iniciando el mes renuncié a la agencia donde estuve desde junio. Les dije adiós porque desde el día 1 no sentí que fuera mi lugar, no hubo química, no hubo ese "algo" que da buena espina.

Renuncié porque no hubo conexión con mi Cuentas ni con el Copy estrella, me aburría, me chocaba no ser autónoma de mi tiempo a la hora de la comida y que no tuviera un lugar adecuado para trabajar por no uno, no dos, no tres, sino CUATRO meses, lo que me provocó inflamación en los tendones de ambas manos, un dolor que ya no me dejaba dormir en las noches.

Renuncié porque cuando les dije lo que me había provocado esa situación se pusieron en un plan muy pedante y agresivo conmigo.

Renuncié porque la vida es demasiado corta para vivirla infeliz, insatisfecha, con cara de culo todos los días. La vida es muy corta como para estar esperando que las cosas ocurran y vivirla aburrida todos los días, todo el tiempo.

Renuncié porque fue salud mental y amor propio.

Lo peor de todo es que no me dieron carta de recomendación porque tuve "amonestaciones" durante mi estancia en esa agencia; cabe aclarar que esas "amonestaciones", (faltas administrativas pa' los cuates) fueron injustificadas y totalmente arbitrarias. (De haber sabido, los hubiera demandado por lugar inadecuado de trabajo, en fin.)

Ya inicié una nueva aventura ayer y está chingón.

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