Ayer mientras estaba en Centro Comercial Santa Fe, siempre
intento entrar a Mascota para poder agarrar algún perrito o conejo, también
para babosear los artículos para perros –con tanta cosa novedosa que hay ya– y así
darme una idea para después comprarles algo a Lany y Yadira, no ahí porque es
carísimo, pero sí en otro lugar.
Total que estaba acariciando un conejito y se acercan un
tipo y una tipa “bien” –ropa de marca, presunción al por mayor y el clásico
acento de papa en la boca– a agarrar al perrito que unas trabajadoras de la
tienda tenían suelto y empezaron a preguntarle: “¿qué raza es?, ¡ay, está
divino!, ¿cuánto cuesta?” Acto seguido pasaron a ver a los conejos y patitos
(donde yo me encontraba) y le preguntaron:
- ¿Cuánto cuestan los patos?
- 83 pesos.
- Genial y ¿ellos dónde viven?, ¿en una caja?
Quería tener un revólver o un cuchillo, me dieron ganas de
matarlos. ¿Una caja?, ¿en serio? Quisiera que esos niños “nice” vivieran en una
pinche caja para que sintieran lo que un pato sentiría viviendo así. Aún sigo
molesta. Es indignante que un ser racional pueda creer que un animal no es
digno de vivir bien y con libertad.
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