Miro las luces de la ciudad, las luces neón, las de color,
las blancas y las que producen sombras obscuras, tan obscuras como el dolor de
tu ausencia y tu presencia.
Paso calles, avenidas, callejones. Viajo por casi toda la
ciudad y no te encuentro en ningún rostro de los que abordan el camión. No, tú
ya no existes, te has ido, pero aún queda algo cerca del camino, tu recuerdo.
Tomo pastillas para olvidar cada parte de tu rostro dorado,
de tu cuerpo, para borrar el timbre de tu voz, de tu risa.
Sacaré mis ojos para no verte jamás en las fotografías, no
reconocerte en cada persona, no perderte entre mis anhelos y, así, te atraparé
en mi mente.
De pronto te volviste el más bello desastre de mi vida
porque eres mi vena, mi arteria, mi cabeza, mi corazón, mi dolor; eres la
ausencia, la demencia, la elocuencia, mi rareza; eres lo desgarrado, la herida,
mi sanación.
En cada uno de mis recuerdos me veo extrañándote en medio de
la pista vacía, obscura, esperando que vengas y tú no llegas. Me hallo dando
vueltas sola; sola bailando un vals desgarrador, solitario. De terror.
Eres la vena. Eres el dolor. Eres la herida. Eres el
catalizador.
Eres todo... hasta el alcohol barato para olvidar quién eres
tú.
... Y las luces no paran de brillar, sus destellos ¡no, no!
No dejan de hacerlo... ¡debo irme!
[Escrito en 2010]
Extrañar es lo que más aterra
ResponderEliminarExtrañar a alguien que se ha marchado, que es sólo un recuerdo, una quimera es lo que aterra y lastima.
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