Lo rompes todo y vuelves a empezar. Eso es lo que haces en tus años adolescentes: construir, destruir y volver a construir, una vez y otra, continuamente, como en una película a cámara rápida de ciudades que pasan alternadamente por periodos de boom económico y guerras. Ser intrépida e inagotable en tus reinvenciones; no pasar de los 19, fundirte y volver a empezar, otra vez. Inventar, inventar, inventar.
Yo a los 16 años cuando esa playera no me la quitaba ni para dormir xD |
Así que sales a tu mundo y buscas las cosas que te serán útiles a ti. Tus armas. Tus herramientas. Tus encantos. Encuentras un disco, o un poema, o una foto de una chica que cuelgas en la pared, y dices: "Ella. Intentaré ser ella. Intentaré ser ella, pero aquí."Observas cómo andan los demás y cómo hablan, y les robas trocitos; haces un collage con todo lo que pillas. Eres como el robot Johnny 5 de Cortocircuito, cuando grita: "¡Más input! Más input para Johnny 5.", mientras buscas en las páginas de los libros, y ves películas, y te sientas delante del televisor tratando de adivinar qué cosas, de entre todo lo que estás viendo (...) vas a necesitas cuando estés ahí fuera. ¿Qué te será útil? ¿Qué será, en definitiva, tú?
Y cuando tengas que hacer todo eso, estarás muy sola. No existe ninguna academia donde te enseñen a ser tú misma; no hay un gerente de línea que te vaya llevando, despacio, hasta la respuesta correcta. Eres tu propia comadrona, y parirás sola, una y otra vez, en habitaciones obscuras, sola.
Y algunas versiones de ti misma acabarán en fracaso; muchos prototipos ni siquiera saldrán por la puerta de tu casa, porque de repente te das cuenta de que no, no puedes salir a la calle con un body dorado pasando mucho de tu problema de sobrepeso, al menos en Wolverhampton. Otros conseguirán un éxito pasajero: alcanzarán nuevos récords de velocidad en tierra, y te parecerán increíbles, y de pronto explotarán, inesperadamente, como el Bluebird de Donald Campbell en Coniston Water.
Pero algún día encontrarás una versión de ti misma que te hará que te besen, o que te granjeará amistades, o que te inspirará, y tú tomarás buena nota: te quedarás toda la noche, afinando, y luego improvisarás a partir de un breve fragmento de melodía que funcionó.
Hasta que, poco a poco, construyes una versión viable de ti misma, una que puedes tararear todos los días. Encuentras el diminuto granito de arena alrededor del cual puedes formar la perla, hasta que interviene la naturaleza, y tu concha va llenándose de magia, aunque entre tanto tú estés ocupada haciendo otras cosas. Tú empezaste a cultivarla, y la naturaleza tomará el relevo y acabará el trabajo, hasta que dejes de pensar en lo que serás, porque ya estarás demasiado ocupada haciéndolo. Y pasarán 10 años sin que te des ni cuenta.
Y más adelante, con un copa de vino en la mano (porque ahora bebes vino, porque ya eres mayor), te impresionará lo que has logrado. Te maravillará que, en aquellos días, guardaras tantos secretos. Que intentaras no revelar tu yo secreto. Que intentaras metamorfosearte en la obscuridad. Te maravillará ese yo secreto que eres ahora: escandaloso, borracho, promiscuo, con exceso de delineador de ojos, risueño, insoportable, que sufre pánico y se autolesiona. Cuando, en realidad, eres tan secreta como la luna. Y tan luminosa, bajo toda aquella ropa.
[MORAN, Caitlin; Cómo se hace una chica, Capítulo 24, pág. 369-371]
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