Hoy cumple años una de las mujeres más importantes de mi
vida, quien me enseñó a rezar, a sonreír, a tejer (aunque nunca aprendí), a hacer una sopa de fideos; ella me otorgó
las mejores memorias en las navidades, en los años nuevos, con los pozoles y
mis platones de fruta después de la escuela.
Limpiaba mis lágrimas cuando me caía o cuando mis primos me
agredían, me hacía reír con sus canciones “ay, mamá los toros, unos pintos y
otros moros”, ella me llamaba Yuriko-ko y continuaba con un “korokokó”. Con ella
cantaba y jugaba, me apapachaba. Me llevó a conocer la ciudad donde creció,
donde vivió tantos años, conocí su colegio y las enchiladas potosinas que tanto
me gustaron. Viajamos juntas en tren a San Luis Potosí, de los últimos viajes
que se realizaron.
Aún recuerdo el calor de sus abrazos, la ternura de sus
besos en mis mejillas. Su risa abierta y sincera. Sus peinados. Sus manos
picando el jitomate, la fruta. Tengo grabada con fuego las veces en que ella,
él y yo preparábamos chico zapote con naranja o cuando cantábamos canciones de
Juan Gabriel en Navidad.
Sin embargo, también la recuerdo llorando cuando él murió,
atropellado por un camión de ruta aquel sábado de febrero cuando agregaron el “5”
en las marcaciones locales, y de ahí todo cambió. Se rompió la cadera, dijeron
que no volvería a caminar y, sin embargo, se levantó con su bastón y no dejó de
andar, de barrer, de cantar, de sonreír y simplemente estar.
Después vino la demencia senil. Y después-después la atacó
el Alzheimer. Él hizo que se borraran sus recuerdos. Logró que nos olvidara a
nosotros, su familia, sus seres queridos, sus hijos, sus nietos. Y tanto y tanto
que la hemos necesitado en estos años.
No estuvo en mis 15 años.
No estuvo en mis soledades.
No estuvo durante la prepa, cuando me rompieron el corazón.
No estuvo en mi graduación.
No ha estado en mi vida, presente y consciente.
Fue hace cinco años la última vez que me recordó, que me
desempolvó de su memoria oxidada por unos segundos y me saludó como Yuriko, su
nieta, para después perderme (y sin retorno) en sus recuerdos.
Yo no he estado en su vida porque mi tío tampoco nos deja
verla, es un ir-venir familiar muy loco, una lucha de poderes donde todos hemos
salido perdiendo. Y la extraño, física, emocional y memoriosamente.
Hoy esa mujer luchona, gran cocinera, gran artista que
dibujaba sonrisas en nuestros rostros, gran persona, humana y amor puro, cumple
años, cumple ochenta y tantos. Y aunque no esté al cien en este mundo, sé y
estoy segura que este mundo es más bello sólo porque ella simplemente está aquí…
¡Te amo y te amaré toda mi vida, Soledad!
***
Acá otro texto que escribí hace dos años: La abuelaEsta foto es de por allá del 2008. |
Tengo un nudo en la garganta y un unos ojos en las lágrimas. Mi abuela se fue ya hace tres años y aún la añoró desde su forma de ser hasta sus guisos, de su fortaleza a su perfección. La extraño tanto que no hay día que añore que estuviera aquí.
ResponderEliminarDefinitivamente las abuelitas son el mejor regalo de la vida!!
ResponderEliminarQue bonito post, igual la foto, yo también he recordado a mi abuelo en éstas fechas, ojalá que la razón entre en tus tíos y puedas volver a tener cercana a tu abuelita.
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