sábado, 21 de septiembre de 2013

Dolor

Por lo general, siempre trato de evitar los funerales, entierros y velorios, ¿la razón? Me es imposible sobrellevar el dolor ajeno, la tristeza y me siento una inútil para decir las palabras correctas. 
Ayer, partió un pequeñito, hijo de un amigo, de apenas un mes de nacido, el hecho me dolió mucho más de lo que yo creía, principalmente porque platiqué con mi cuate hace dos días y teníamos la fe de que su bebé ganaría la batalla; pero no fue así. 
Su mujer estaba más allá del desconsuelo, estaba descolocada; no parecía estar presente. Me dolió verla. Miraba al vacío y sólo veía cómo caían sus lágrimas, sus ojos hinchados por el llanto reflejaban un poco el dolor que seguro debía sentir ella por dentro. 
Me dieron ganas de llorar. Y eso es lo que odio de cuando voy a un velorio, o funeral, llorar y ver cómo los demás lloran; es una especie de orgullo o incapacidad mía para derrumbarme en público o, quizá, detesto la tristeza que genera la muerte. 
No soporté y mejor me despedí. Fue lo más sano. 
En estos casos, ante mi incapacidad de decir algo, lo mejor es sólo estar ahí presente, dar un abrazo y decir un sincero "lo siento". 

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